Contar una historia es, en cierta manera, iniciar un viaje. Ricardo Piglia dice que sólo hay libros que cuentan un viaje o una investigación[1]. Escritor y lector inician, en momentos distintos, un peregrinaje hacia un mundo desconocido: el del texto. Se instaurarán dos tiempos: el tiempo del escritor en el que construye su historia, el tiempo real de la escritura que puede llevarle meses o años, y el tiempo del lector que, a través del lenguaje, visita esos mundos, restituye el sentido a esa historia, la completa, la reconstruye con sus propias vivencias. En esa bifurcación del tiempo, la literatura quizá plantee su máxima ambigüedad, su absoluta falta de límites, su desborde de fronteras. Es en ese territorio, en ese espacio impreciso, donde ocurre la verdadera aventura, el instante en el que la historia atrapa y es atrapada por el lector. [...]
En definitiva, el relato empuja a la aventura, se viaja para contar. Después vendrá el otro viaje, el del lector. Porque, como dice Bioy Casares, "La impaciencia es un mal que aqueja a los viajeros. Si uno anda, quiere llegar, y si ha llegado, muy poco después quiere partir. ¿Dónde está, pues, el placer del viaje? Como el de tantas cosas, en la mente, en el recuerdo".
Fragmento de "Manuales para asomarse al mundo", Prof. María Cristina Alonso.
[1] Piglia, Ricardo, Crítica y ficción, Buenos Aires, Seix Barral, 2000
Rob Gonsalves, "In Search of Sea." ("En busca del mar.")
Imagen utilizada con el permiso de Roy Saper,
amable propietario de Saper Galleries, Michigan, U.S.A.